Hace veinticinco años una inusitada película se alzó con la estatuilla americana al mejor film de habla no inglesa. Lo que a priori tenía la apariencia de un sencillo retrato episódico del siglo diecinueve convenció al jurado de los oscars traspasando fronteras. Tras ese largo periplo vuelve a la gran pantalla con una versión restaurada para deleite, tanto del conocedor como del futuro amante de este film, dentro de la programación del festival de San Sebastián.
En Dinamarca, en un pueblo pesquero aislado y temeroso de Dios viven dos hermanas, a cual más piadosa. Fieles a su padre desde la infancia, tras su muerte continúan su labor propagando su palabra, manteniendo su gran fe entre los habitantes y cuidando de los más necesitados. La única foránea es Babette, la sirvienta de origen francés de las dos hermanas. La historia tras el motivo de su presencia hará que nos remontemos a la juventud de sus amas.
Haciendo uso de un ritmo pausado y de una ambientación rozando la fábula, las historias de cada una de las protagonistas van creando un cuadro realista con un encanto especial capaz de llevarnos a un estado de plena contemplación de esta obra maestra. Lejos de la estructura narrativa contemporánea, el manejo de la historia es magistral y perfectamente consecuente con el mensaje que pretende. El miedo a lo desconocido, el éxtasis gastronómico, las revelaciones existenciales y la honradez humanista se exponen claramente y en contraposición con la extrema sencillez del film, la profundidad y complejidad de su trasfondo sorprende de una manera infinitamente grata.
Carente de pretensiones cinematográficas y exuberantes diseños de producción, El festín de Babette es toda una lección, no sólo para el séptimo arte sino para el alma misma. Toda una recomendación para todo aquel hastiado de comercialidades, de falsas apariencias y de un arte que cada día se está convirtiendo más en mero producto.