Dedicada a todos los cinéfilos
En la casa (2012, François Ozon)

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Original

          En una casa hay escaleras que nos conducen hacia arriba o hacia abajo para llevarnos a los distintos niveles que la conforman y espejos colgados en las paredes que nos reflejan nuestra deformación como seres en la historia que vemos al proyectarnos en ellos. En una película hay tramas y subtramas que nos llevan a través de los distintos niveles de una historia, si es que la tiene, y personajes que se reflejan en ella para entender el significado de su existencia. La cámara recorre la casa en busca de historias, y como no puede abrir los libros que hay esparcidos por ella, porque no sabe leer (en un film francés casi todos serán libros franceses),  encuentra encuadres con espejos y personajes que se ocultan en la escalera.  

          Estamos ante una declaración de principios. Pocas veces un film habla tan claramente de como se concibe a si mismo como tal. Cuando una película habla de si misma, nosotros debemos  hablar de metalenguaje. El metalenguaje habla de un lenguaje que se refiere a si mismo o a otro lenguaje convirtiéndole en lenguaje objeto. Pero en este caso, a medida que nos vamos adentrando en la película no queda claro si el lenguaje objeto es la literatura expresada en la historia que se nos cuenta o el cine mismo. No sabemos si ésta quiere utilizar el cine para homenajear la literatura, el cine se homenajea a si mismo con la excusa de la literatura o ambas cosas. Como no lo sabemos tenemos que llegar al final para saber como termina todo este embrollo.  Al parecer, una vez más, nos debemos a la historia para entender qué estamos haciendo en el cine como espectadores.


          Según Ozon, director y guionista del film, el mundo necesita historias y el cine las encuentra para luego contárnoslas. Parece que esta película es una  historia y nada más, hasta ella misma nos lo dice, y se afirma a sí misma con un tono poco realista pero que contiene un alto contenido sociológico que nos quiere acercar a nuestra realidad. Puede que debamos revisar el concepto de realismo en nuestra sociedad. Imbuidos en la realidad virtual, ya no sabemos que es real y que no lo es; y aun menos, en una sala de cine, un espacio que poco a poco va quedando rezagado a una suerte de personajes singulares que, sin más pretensiones, se acomodan a fin de pasar un buen rato en la oscuridad ritual. ¿Pero es así realmente?  Hace más de quince minutos que esto ha empezado y ya navegamos aturdidos incapaces de tomar aliento pues nos posee una hipnotizadora, hasta cierto punto mareante y, sobretodo, absorbente exhibición de como se cuenta una historia a la vez que ella misma se genera. Poco a poco, te das cuenta que el montaje y los encuadres superan nuestra aptitud para interpretar la realidad de lo contado y que iremos inclinándonos ante una vertiginosa capacidad de controlar la evolución dramática con elementos que se suponen puramente cinematográficos. Es el cine al que estamos acostumbrados, con el que nos hemos educado, hasta la saturación, si se me permite, y del que por lógica tendríamos que estar hartos. Este mismo cine que se niega  a sí mismo y que en cambio anhelamos y que, en este caso, ralla la perfección en su naturaleza.


          Nos encontramos, de nuevo, ante un producto cinematográfico (si, has leído producto querido lector) de un virtuosismo difícilmente superable. La relación que tiene esta película consigo misma es altamente emocional, hasta pornográfica; a veces, como espectador, resulta que tienes la sensación que estas invadiendo la relación que tiene ella consigo misma, con los personajes, la historia y el mismo director. Mira a través del espejo. La película es una orgia donde uno se puede excitar o ruborizar sexualmente observando alienado en la intimidad de la sala oscura. El primer travelling de acercamiento hacia el personaje de la mujer del profesor es de un erotismo sorprendente, nunca pensaba hacer el amor con Kristin Scott Thomas en una sala de cine, dicho sea de paso. Ojo, estamos hablando de la película, no de la historia que cuenta. Porque la película es este erotismo. La película es la relación sexual a oscuras. La historia, en cambio, es mental y se nutre de la luz que emana de la película. La verdadera historia nace de la relación sexual entre el espectador y la película. Para saber de ella tenemos la posibilidad de leer la sinopsis, nos pueden contar la película o podemos tratar de sacar petróleo en este texto. Pero no en la película. Porque esta película, como película, no cuenta ninguna historia. Simplemente te cuenta como se cuenta una historia. ¿Simplemente? Lo menos importante en esta película es la historia que cuenta ¿Por eso habíamos dicho que era la historia, la misma historia de siempre, aquel relato interminable que nos cuenta la universal intimidad de los otros? ¿Son lo mismo, en este sentido, literatura y cine? Hablamos del cine y no de contar historias. Entonces, en “En la casa” se confunden peligrosamente historia y película. Literatura y cine sentados en un parque, cogidos de la mano, amándose, acechando la casa por descubrir. ¿Podemos conectar a Hitchcock con Flaubert? ¿A Woody Allen con Celine? ¿A Rohmer con Musil? ¿No es algo perverso, sentados allí, como parejas enamoradas, besándose sin saber porque?  Es como hacer el amor cuando tienes 17 años con la madre de tu mejor amigo, en su casa. Baja la escalera. O como hacer el amor cuando tienes 17 años con la mujer de tu profesor de literatura y en su casa. Sube la escalera. ¿Por qué perverso? Será que nuestra capacidad de generar historias se confunde con nuestra incapacidad de mirar y entender la vida, sino, preguntarle al profesor de literatura lo que opina al final de la historia. ¿Por qué el matrimonio saciado de historias, un profesor de literatura y una galerista incipiente acuden al cine a ver “Match Point”? Quién sabe, a lo mejor para redimir su inmoralidad o para desconectarse de su propia historia, tan vacía como cualquier otra.


          Entonces, ¿solo queremos que nos cuenten una historia? Poco a poco vamos perdiéndonos en el laberinto, como alguno de los personajes que se pierde en la inauguración de la galería artística “El laberinto del minotauro” regentada por esta deseosa mujer del profesor de literatura, sin saber qué es exactamente el arte, ni como andar por la vida. Lo siento, una película no cuenta una historia. Una película es la posibilidad ficticia de entrar en una historia ajena para poder desvelar la propia ocultación de tu historia verdadera, en definitiva, como verse reflejado en un espejo. Pero también es la posibilidad de existir sin pertenecer a esa historia. El espectador no lee, solo mira y escucha. La historia la cuenta la necesidad del espectador que tiene de salir de su casa y perderse en la oscuridad del mundo para tener un encuentro sexual con el cine. Una película no es una historia, y aun menos una historia contada. Es un acontecimiento que existe por sí mismo y en el que nosotros proyectamos nuestra imagen: es como mirar en un espejo, no pasa nada pero puede pasar de todo. Espacio en blanco. Como hacer el amor a oscuras. Subo la escalera y cambio de nivel. Buenas interpretaciones aunque excesivamente burguesas. Solo destacable la capacidad de Scott Thomas para desafiar la sexualidad de la cámara. Buen guión, aunque un poco manierista. Una cámara que se entromete en los lugares y las vidas con descaro y con maneras muy elegantes pero con demasiado respeto, a fin de cuentas. Una cámara burguesa y un último plano que lo dice todo: me gusta el cine porque me cuenta historias.

           A mi modo de ver, tanto esta película como este texto tienen un mensaje inequívoco, aunque ella no acabe de expresarlo: no todo en el cine es contar o escuchar una historia. Una película sensacionalmente filmada y concebida que me genera bastantes dudas. Dedicada a todos los cinéfilos (continuará)

 



Por Xavier Martínez