Dejar de fumar, leer El Quijote, y salir con un “título homologado”. Para Goreng, estas eran razones suficientes para firmar su solicitud de ingreso en el hoyo. Claro que a veces lo que firmamos nos lleva a una situación que no es para nada la que deseábamos. Seguro que les suena de algo.
“El Hoyo”, la ópera prima de Galder Gaztelu-Urrutia, se asoma a uno de esos lugares en los que ninguno de nosotros querría estar pero del que no podemos apartar la mirada. Dos personas por planta y un festín de manjares recién cocinados, descendiendo nivel por nivel y parando en cada piso dos minutos para que sus habitantes coman... Si es que les llega comida. El de arriba devora y desprecia al de abajo, que sobrevive como puede. Así de simple, y así de perverso.
Pocas más reglas, y aún menos explicaciones, encontramos en el guión de David Desola y Pedro Rivero (que adapta una obra de teatro del primero) que se lo juega todo a la kafkiana situación que plantea y al comportamiento de nuestro protagonista frente a ella. Y triunfa porque sus golpes son directos y dan donde duele. “El Hoyo” es un retorcido y nada sutil cuento sobre la avaricia en su vertiente más estúpida -los inquilinos del complejo cambian aleatoriamente de planta cada mes, lo que no les quita las ganas de dejar sin comida e incluso de denigrar a los que tienen debajo aún sabiendo con seguridad que cambiarán las tornas- y, llegado el momento, sobre la esperanza de cambiar el sistema y conseguir que la gente actúe con algo de solidaridad. Aunque sea a palos.
Suena a distopía, y distópico se ve. Gaztelu-Urrutia bebe de la ciencia ficción más oscura y opresiva y dirige una película austera, donde el gris y el cemento predominan en pantalla y calan en el estado de ánimo del espectador a la vez que en del protagonista, un excelente Iván Massagué (“El año de la plaga”, 2018) que se deja el pellejo (y unos cuantos kilos) en un papel interpretado en orden cronológico para dejar constancia de la degradación a la que se enfrentan los inquilinos de esta inexplicable torre. Inquilinos que no dudan en sacar a relucir lo peorcito del ser humano dando pie a todo un festival de cabronadas donde hay espacio para la violencia en todas sus vertientes, una pizca de gore, un uso nada acomplejado de la escatología como herramienta de humillación y un humor que por momentos más que negro, definiría como sucio. Como tu ciudad, pero en vertical.
Siendo una cinta tan teatral, es indispensable tener un buen reparto que llene la pantalla ante lo contenido del espacio. Y aquí Iván Massagué es secundado de maravilla por Zorion Eguileor (“Visionarios”, 2001), como un inquietante compañero de planta al que le toca lo mejor y lo peor del guión, Antonia San Juan (“Todo sobre mi madre”, 1999) que se come la pantalla y empuja la narración hasta el siguiente nivel, Alexandra Masangkay (“+ de 100 mentiras”. Serie de 2018) en un papel casi animal y Emilio Buale (“Caza al asesino”, 2015) con una interpretación over the top que dispara la comicidad y la agresividad en el último tramo. Todos, pequeños engranajes de un brutal mecanismo en el que Massagué despunta como protagonista absoluto con una naturalidad de la que muchos tendrían que tomar nota. Un gran trabajo actoral que saca lo mejor de un libreto que en momentos puntuales peca de reiterativo pero que brilla en su simplicidad, en lo honesto de lo que
plantea y en su descarada intención de removernos la conciencia y las tripas.
“El Hoyo” es una de las más estimulantes propuestas de ciencia ficción en lo que llevamos de año y, viendo su paso triunfal por los festivales de Sitges y Toronto, un inmejorable primer paso para Galder Gaztelu-Urrutia. Un viaje implacable por lo peor de una sociedad que no nos queda tan lejos. El mensaje es obvio, pero aún así hay quien no lo pilla. Goreng lo descubrirá en su momento. Ojalá nosotros también.
Consulta la entrevista con el protagonista de "El Hoyo" en: http://fundidoanegro.net/articulos/235